SOSTENIBILIDAD | 29.07.2025
Estas son las razones de que los «megaincendios» sean tan peligrosos
Alimentados por el cambio climático y el abandono rural, los incendios de sexta generación se convierten en tormentas de fuego incontrolables, síntoma de una crisis climática que exige prevención urgente y una transformación profunda del paisaje
Temperaturas extremas, vientos intensos, sequía persistente y cambio climático. Estos son los ingredientes esenciales que están haciendo posible la aparición de los denominados «megaincendios» o incendios de sexta generación, en determinadas zonas de países como España, Grecia, Chile y Portugal. De hecho, fue en estos dos últimos donde surgieron por primera vez, en 2017. Desde entonces y hasta ahora, su presencia se ha incrementado peligrosamente. Y, lo que es peor, los expertos advierten de que podrían ir a más. Lo explica Lourdes Hernández, experta en incendios forestales de WWF España: «Los incendios de sexta generación son ya una realidad a nivel global y el nuevo paradigma de incendios extremos al que apuntan todas las proyecciones. Son el claro síntoma de una crisis ecológica, territorial y climática y su futura evolución es una de las mayores incertidumbres en la gestión de riesgos forestales».
¿Qué es en realidad un incendio de sexta generación? Tal y como indica la portavoz de WWF, «se caracterizan por tener un comportamiento tan violento, impredecible y destructivo, que son absolutamente inapagables, por más medios terrestres y aéreos que se sumen a los operativos de extinción». La razón es que «liberan energías tan descomunales que son capaces de cambiar las condiciones meteorológicas, generar procesos convectivos y producir pirocúmulos”. Esta palabra, utilizada siempre que se tratan los megaincendios, y que aún no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, hace alusión a la formación de nubes de gases y vapor de agua, que pueden resultar extremadamente dañinas. «En caso de que el pirocúmulo se desplome, las propagaciones son explosivas, auténticas tormentas de fuego que dan lugar a situaciones muy peligrosas. Estos incendios, tienen el potencial para quemar miles de hectáreas en pocas horas», advierte la experta de WWF.
«Los incendios de sexta generación son el claro síntoma de una crisis ecológica, territorial y climática y su futura evolución es una de las mayores incertidumbres en la gestión de riesgos forestales.»
Es sencillo hacerse a la idea de la gravedad de lo que afirma Hernández si se tiene en cuenta que los bomberos forestales aseguran que su capacidad de extinción se sitúa en una intensidad de 10.000 kilovatios de energía por metro cuadrado y que por encima de esta intensidad no pueden hacer nada. Pues bien, el incendio de Pedrógrão Grande, en Portugal, uno de los primeros incendios de sexta generación reportados, fue de 140.000 kilovatios/m2.
Vinculados con el cambio climático
En efecto, la peligrosidad extrema de estos fuegos se debe en gran medida al cambio climático. Las olas de calor son cada vez más prolongadas, las sequías más persistentes y las masas forestales, secas y estresadas, convierten la vegetación en combustible muy inflamable. Es decir, que «la crisis climática actúa como un agravante de la intensa transformación del paisaje sufrida desde la segunda mitad del siglo pasado como consecuencia del éxodo rural, y el abandono de usos y aprovechamientos. En pocos años, hemos pasado a ser una sociedad con un sector primario marginal», destaca Hernández. Y añade: «Tenemos todos los ingredientes para que, en caso de incendio, el fuego queme mucho y mal».
Lourdes Hernández: «Se caracterizan por tener un comportamiento tan violento, impredecible y destructivo, que son absolutamente inapagables por más medios terrestres y aéreos que se sumen a los operativos de extinción.»
Aunque la experta asegura que no todos los grandes incendios que sufrimos son de sexta generación, advierte de que su evolución dependerá, en gran medida, de la intervención del ser humano, en concreto de «cómo abordemos colectivamente el uso del territorio, la planificación rural y el cambio climático. Lo que no está en duda es que, sin medidas preventivas estructurales, estos incendios serán cada vez más frecuentes, intensos e incontrolables», señala. En este sentido todos estamos implicados porque, como insisten desde WWF, «la solución está a nuestro alcance». Como Lourdes Hernández aclara: «Incendios va a seguir habiendo, son algo habitual de la península ibérica y de todo el Mediterráneo. Lo que sí podemos evitar de forma colectiva es que dejen daños tan inmensos para los hábitats y las personas».
Conseguirlo pasa por seguir una estrategia eficaz «que consiste en adaptar el paisaje, gestionarlo para hacerlo menos inflamable. Diseñando paisajes en mosaico agroforestales, vivos y rentables en los que en caso de que la chispa salte, las llamas no puedan propagarse con facilidad. Serían paisajes en los que hay pastos con usos ganaderos extensivos, pequeños cultivos, masas forestales que se gestionan y aprovechan, manchas de bosques autóctonos y conectados entre ellos», dice la experta. Para que este paisaje pueda ser una realidad, el papel de las administraciones es poner el foco en generar las condiciones adecuadas para que vivir en el medio rural sea una opción digna y viable. «Invertir en desarrollo rural, fomentar el aprovechamiento sostenible, remunerar la prestación de servicios ambientales, aprobando beneficios fiscales basados en “quien conserva, recibe”, y que beneficie al sector primario ecológico y en extensivo», concluye Hernández.
¿Y qué podemos hacer empresas y ciudadanos?
Por lo que hemos visto recientemente en el incendio de Lleida (España) del pasado mes de julio en el que fallecieron dos personas, o el sufrido en el estado brasileño de Roraima (Amazonía) a comienzos de año evidencian que se trata de un problema social y que cada uno de nosotros podemos contribuir a paliarlo, porque el 95 % de los incendios que se declaran responde a causas humanas. Para ello, «es fundamental evitar hacer fuego en el monte, dejar basuras, tirar colillas o cualquier otra acción que pueda desatar una chispa. Además, debemos aspirar a ser una sociedad más consciente y responsable, que apuesta por el consumo de productos locales para sostener un paisaje más resistente a los incendios, al tiempo que se genera empleo digno y asegurar la calidad de vida en las zonas rurales», concluye Lourdes Hernández.
Las empresas, por su parte, también tienen que asumir la responsabilidad de tratar de mejorar la situación. En MAPFRE, por ejemplo, mantiene un compromiso firme frente al cambio climático, con el objetivo de alcanzar la neutralidad climática en 2030 en sus operaciones directas y cero emisiones netas en 2050 a nivel global. Para lograrlo, ha reducido su huella de carbono, electrificado su flota, apostado por energías renovables y compensado el 80 % de sus emisiones en 2024 mediante proyectos como Envira Amazonia, que evita la deforestación en Brasil. Además, ha eliminado inversiones en empresas con alta dependencia del carbón térmico y aplica criterios ESG en sus decisiones financieras, reforzando así su papel como actor clave en la transición hacia una economía baja en carbono.
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