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SOSTENIBILIDAD | 27.08.2025

Imprevistos en el campo, ¿cómo abordarlos? 

Rafael Hernández

Rafael Hernández

 

Las consecuencias del cambio climático se sienten con fuerza creciente en el entorno rural. Con más de 150 eventos climáticos extremos sin precedentes a nivel global, los pequeños y medianos productores agrícolas y ganaderos afrontan desafíos cada vez más difíciles de prever.  

Tormentas fuera de temporada, olas de calor persistentes, sequías prolongadas, inundaciones repentinas. El clima parece haber perdido el ritmo de siempre, y los impactos se notan especialmente en quienes dependen de la tierra para vivir. Según el informe Counting the Cost 2024 elaborado por Christian Aid, solo en el primer trimestre de 2024 se registraron 151 fenómenos extremos sin precedentes en todo el mundo. Estos eventos no solo causaron miles de desplazamientos forzados, sino que también dejaron pérdidas económicas millonarias y una estela de vulnerabilidad que se prolonga en el tiempo. 

El cambio climático es uno de los grandes retos en la actualidad y el entorno rural es uno de los territorios más vulnerables. 

El campo, motor de seguridad alimentaria y sostén de muchas economías locales, está en la primera línea de exposición. En países como España, Italia, Argentina, India o Estados Unidos, los efectos del cambio climático ya se traducen en pérdidas directas para el productor agrícola y ganadero. Un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirma que el calentamiento global batió todos los récords en 2024 y advierte de que sus efectos serán irreversibles durante siglos. Esto afectará a las grandes producciones industriales, pero también a los pequeños y medianos productores, muchas veces con escasa capacidad de recuperación. 

La nueva normalidad rural 

La agricultura y la ganadería siempre han convivido con la incertidumbre, pero lo que antes eran ciclos previsibles de lluvias o estaciones secas, hoy se convierten en eventos abruptos que escapan a cualquier patrón tradicional. En 2024, una DANA en el sureste de Europa arrasó miles de hectáreas de cultivo, en América Latina se produjeron incendios forestales inéditos en zonas agrícolas clave y, en África, el estrés hídrico compromete la productividad de millones de pequeños agricultores. Este tipo de fenómenos afectan el crecimiento de los vegetales, alteran los ciclos reproductivos del ganado y favorecen la aparición de plagas desconocidas. Los impactos no se quedan solo en el presente, pues una cosecha perdida puede significar la ruina para una familia. A esto se suman los aumentos en el precio de los productos, la presión sobre la biodiversidad local y la dificultad para acceder a crédito o financiamiento tras una catástrofe. 

La consecuencia es clara: cada vez más explotaciones están en riesgo de desaparecer. En países donde gran parte de su territorio está expuesto a algún tipo de riesgo natural, las pérdidas económicas derivadas de fenómenos climáticos extremos han aumentado de forma constante en la última década. Para muchos productores, a la tensión económica se suma el desgaste emocional, pues el estrés, la ansiedad o la incertidumbre prolongada derivan en problemas de salud. La falta de apoyo técnico o financiero agrava esta situación, especialmente en regiones rurales con escasa presencia institucional o donde el relevo generacional ya es un desafío en sí mismo. Así, el riesgo de despoblación se vuelve más tangible, y con él, la amenaza a la sostenibilidad del modelo rural. 

Un compromiso con la tierra 

En este contexto de vulnerabilidad creciente, en MAPFRE mantenemos un compromiso con la protección del medio ambiente, la sostenibilidad y el apoyo al sector agrícola. Y es que el cambio climático es uno de los grandes retos en la actualidad y su impacto no se limita a las ciudades o las grandes infraestructuras, al contrario, el entorno rural es uno de los territorios más vulnerables y, al mismo tiempo, uno de los más relevantes en la transición ecológica. Por eso, en nuestro Plan Estratégico 2024-2026 incluye un fuerte compromiso para descarbonizar la economía y promover un modelo de transición energética justa. En MAPFRE no solo acompañamos a quienes trabajan la tierra, sino que también participamos activamente en iniciativas y foros internacionales donde se discute el futuro del planeta, como es el caso de la próxima COP30, que se celebrará en Belém, en el estado de Pará (Brasil), donde se debatirá sobre sobre el impacto del calentamiento global y la pérdida de biodiversidad. Allí explicaremos el papel que desempeñamos en la gestión, prevención y reducción de riesgos, convencidos de que la solución a los desafíos ambientales pasa por la colaboración público-privada y el compromiso colectivo.  

MAPFRE estará presente en la próxima COP30 que se celebrará en Brasil y donde se debatirá sobre el impacto del calentamiento global y la pérdida de biodiversidad.

Por eso, ante un escenario cambiante, donde cada estación parece menos predecible que la anterior, el conocimiento local, la innovación y la colaboración son claves para sostener la producción de alimentos, el equilibrio territorial y, en muchos casos, la continuidad de comunidades enteras. Este compromiso no se limita únicamente al marco de la COP, ya que la lucha contra el cambio climático está profundamente integrada en el Plan Corporativo de Sostenibilidad Global de MAPFRE, una hoja de ruta que combina metas concretas con una visión de largo plazo. En 2024, logramos reducir en un 25 % la huella de carbono global de la compañía gracias a medidas como la restricción en el uso de combustibles fósiles y electricidad de origen no renovable, la apuesta por energías limpias como la solar, la sustitución progresiva de nuestra flota por vehículos híbridos o eléctricos, y la reducción de los viajes de negocio y de los desplazamientos de nuestros empleados a los centros de trabajo. 

Proteger la agricultura conlleva defender los ecosistemas que sostienen la vida, preservar la biodiversidad y mantener vivos los territorios rurales que equilibran nuestras sociedades. Por eso, cuidar de la tierra y de quienes la trabajan es, en última instancia, cuidar del planeta en su conjunto, porque el futuro del medio ambiente y el de la agricultura están indisolublemente ligado.

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